¿Tenemos escuelas empáticas con nuestros adolescentes?, un artículo de Pilar Biggio

Por María del Pilar Biggio Pastor*

Una de las principales preocupaciones de nuestra sociedad es el desarrollo académico de los estudiantes en la etapa escolar. Los medios suelen alertar a la opinión pública cada vez que aparecen resultados, a veces, poco esperanzadores, como los de la última Evaluación Censal de Estudiantes (ECE) o de las pruebas internacionales como PISA. Esto suele venir acompañado de un conjunto de demandas al sector educación sobre la calidad de la enseñanza. No obstante, esta calidad se cree que está garantizada por el incremento en la carga académica de los estudiantes y de los maestros. Sin embargo, muchas veces, la calidad académica está subordinada a otras condiciones a las que ni los medios, ni el sector educación, en ocasiones, prestan la debida atención.

Por ello, es importante detenerse, evaluar y repensar cómo estamos formando a nuestros adolescentes; si realmente conocemos sus necesidades, sus gustos, su diversidad. Una condición de la práctica docente de secundaria debería ser conocer a los adolescentes con los que conviven diariamente y a los que están formando. No me refiero solo a la interacción personal con ellos, sino a un conocimiento más profundo del universo de esos adolescentes. Me temo que este no es, sin embargo, un presupuesto básico en la formación del docente en nuestro país.

La expresión de los adolescentes en sus diversas formas debe ser valorada, atendida y canalizada por parte de la escuela y de toda la comunidad. Creo que no hay nada más nefasto que reprimir y amonestar a adolescentes que buscan la mejor manera de expresar sus demandas, sus carencias, sus angustias, sus logros y sus alegrías.

Los adolescentes no adolecen de nada, ellos quieren ser escuchados y los adultos debemos escucharlos, orientarlos y animarlos. La convivencia entre docentes y estudiantes en la secundaria debe apuntar a la felicidad. Esta felicidad solo puede ser garantizada por una escuela en la que los estudiantes se sientan seguros y en la que sientan que sus preocupaciones y cuestionamientos no son minimizados y postergados.

Estas son además las condiciones básicas para el desarrollo académico. La curiosidad académica solo puede desarrollarse en un estudiante que siente que el maestro no es un juez que imparte sanciones y demanda resultados, sino una persona con la que puede interactuar a través del diálogo y con la que siente la libertad para expresar sus dudas y sus críticas. Esa curiosidad académica es la que los docentes deben canalizar hacia la investigación y hacia el desarrollo de un conjunto de habilidades y competencias que lo acompañarán en el resto de su vida académica y profesional.

Por este motivo, cada vez que nos enfrentemos a resultados como los de las pruebas ECE o PISA, deberíamos hacernos las siguientes preguntas: ¿estamos construyendo o no la escuela que necesitan nuestros adolescentes? ¿qué debemos cambiar para lograr que los adolescentes sientan a la escuela y a sus maestros como aliados? Sospecho que la mejora en esos resultados no se encuentra, por ello, solo en el incremento de la carga académica sino en la construcción de una escuela más empática.

*Docente de Educación Secundaria, ex directora de Educación Secundaria y actual gerente de Información y Educación Electoral de la ONPE.

Fuentes:
Fotografía artículo: www.andina.pe
Ministerio de Educación, portal http://umc.minedu.gob.pe/resultados-ece-2018/

Tomado de Edugestores

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